La Paloma es el principal balneario de la costa atlántica de la República Oriental del Uruguay, ubicado a 240 km. al este de la capital del país, Montevideo, y 28 km. de la capital departamental, Rocha. Enclavado sobre el Océano Atlántico en el Cabo Santa María, sus playas, con una extensión de aproximadamente 20 km, constituyen hoy por hoy su principal atractivo turístico.
Observando a las bahías desde lo alto (una buena vista es desde el faro), estas se asemejan a una paloma, lo que le da nombre al balneario. Otros dicen, aunque menos probable, que su nombre proviene de una de las dos islas que se encuentran frente a sus costas, que con el efecto de las olas asemejaba la forma de una paloma a aquellos que la observaban desde lejos. Con la construcción del puerto esta isla se convirtió en una península tal como la conocemos hoy en día y este efecto visual se perdió.
El faro, construido en 1874, a raíz de los múltiples naufragios que acontecían en esta zona, dio inicio a la población de este lugar. Alrededor del mismo y de las distintas ubicaciones que tuvo el puerto se fue modelando el balneario, el que actualmente cuenta con 5.300 habitantes permanentes, recibiendo en los meses de verano alrededor de 30.000 turistas. La industria pesquera, el otro polo de desarrollo del lugar, se integra con armonía al medio.
Un impresionante y hermoso bosque de pinos promete reposo y sosiego. No dispone de infraestructuras sofisticadas. Es un lugar apropiado para un buen descanso, con una hotelería, complejos de cabañas y casas de alquiler muy confortables. La gastronomía del lugar, favorecida por todo lo que el mar ofrece, los paseos artesanales, los espectáculos, la movida nocturna, el casino, el arte, su entorno de naturaleza y muchísimo más aseguran el entretenimiento.
Se sentirá a gusto entre gente sencilla, que hará lo posible para que la pase muy bien.
El mar, sus playas, la diversidad de escenarios que las mismas nos ofrecen, satisfacen los gustos del más exigente. Podremos descubrir desde extensos arcos de arenas blancas y finas, playas rocosas con piscinas naturales y arenas más gruesas, pasando por las bahías: la grande y la chica, ideales para deportes como el windsurf o el sky.
El balneario
Presenta opciones bien diferentes en cuanto a su fisonomía. Con el paso del tiempo se han ido formando pequeños "barrios", cada uno de ellos con características propias que los distinguen de los demás.
El Casco Viejo, también llamado "La Paloma Vieja". Situado en el Cabo Santa María, donde se fue desarrollando el balneario a partir de la construcción del faro. Es una zona densamente construida, con casas de estilos variados, y donde aún hoy podemos ver algunas de las "casillas" de madera sobre palafitos que datan de fines de siglo.
El Centro del balneario se desarrolla en torno a su principal arteria: Avenida Nicolás Solari. Allí se despliega la zona comercial: restoranes, heladerías, casino, cines, ferias artesanales, Centro Cultural, etc. Esta Avenida tiene la particularidad de correr exactamente de sur a norte. Sus amplios canteros centrales sirven de escenario para brindar diversos espectáculos en el transcurso de la temporada: teatrales, musicales, títeres, que se pueden ver allí todas las noches.
Hacia el oeste, encontraremos zonas más residenciales. La Balconada y El Cabito tienen bastante movimiento, aunque más tranquilos que los anteriores. Casas de diversos estilos, enjardinadas, forman estos dos barrios.
A continuación nos encontraremos con Los Botes, Barrio Country y Anaconda. Son barrios muy tranquilos, en zonas boscosas y más alejados del centro.
Siguiendo hacia el oeste, la vista se pierde en bosques, campos de arena ondulados por las dunas y playas anchas que llegan al horizonte. Todo este magnífico paisaje culmina en la Laguna de Rocha, donde se confunden mar, laguna y campo. Un santuario de paz con una pequeña villa de pescadores y muchas especies de aves que residen o inmigran a la laguna como los flamencos o los cisnes de cuello negro.
Tomando siempre como referencia a "La Paloma Vieja", hacia el este nos encontramos en primer lugar con el puerto, cuya construcción data del año 1910. Con el paso del tiempo se fué afianzando como puerto pesquero; una buena costumbre es ir a esperar la la llegada de las barcas artesanales con sus a veces increíbles capturas. Siguiendo hacia el este, encontramos a La Aguada y Costa Azul, paraíso de los surfistas. Sus límites son difusos, aunque un gran médano sobre la playa oficia de frontera entre uno y otro, lugar ideal para apreciar las vistas de estas playas, y tomar alguna foto.
A continuación, Antoniópolis y Arachania, que al igual que los anteriores, sus límites son difusos, aquí las construcciones son más sencillas, pero con una vista privilegiada hacia el mar. Desde el puerto se extiende un arco de playa abarcando estos últimos, finalizando en la antigua Punta Rubia, hoy La Pedrera.
Faro Cabo Santa María
Constituye un símbolo emblemático del balneario. Está enclavado sobre una punta rocosa, el Cabo Santa María. Alrededor suyo, nace el balneario. Su construcción no fue fácil, tiene una triste historia.
Allá por el año 1860, el Uruguay intentaba caminar hacia su edad adulta, entre tumbos institucionales, acosado por levantamientos y motines, por malhumores de caudillos, asonadas de militares y gobiernos que rara vez terminaban ilesos sus períodos. Toda su costa Atlántica configuraba una zona de arenas totalmente desérticas, algunos de cuyos puntos geográficos, los navegantes habían comenzado a identificar por sus formas rocosas o por la fauna que a veces encontraban: "Castillos", "Aguas Dulces", "Isla de la Paloma", "Isla de los Lobos", "Isla de las Gaviotas", "Punta del Este", "Punta de la Ballena". Casi no existían faros y quienes entraban al Río de la Plata luego de traspasar el océano, pagaban un altísimo costo de naufragios embistiendo a ciegas contra piedras desconocidas y bancos de arena de difícil localización.
El 19 de octubre de 1868 ocurre el naufragio del "Lise Amelie", un paquebote francés que venía con centenares de inmigrantes al Río de la Plata, falleciendo todos los tripulantes y pasajeros.
Tanta trascendencia tuvo este trágico hecho que en 1869 se decide por ley la construcción de un faro en el Cabo Santa María, la punta más saliente del territorio luego de la cual, de acuerdo a delimitaciones caprichosas, comenzaba el Océano Atlántico.
Para comenzar una edificación tan extravagante de la que se conocían en el país escasos antecedentes, se llamó a licitación y en 1870 fue contratado el vencedor, la empresa "Faros del Río de La Plata, Dax, Gelly y Obes".
"El foco luminoso del Cabo Santa María que avisará a los navegantes la proximidad de la embocadura del caudaloso río es del primer orden del sistema Frenel y ha sido construido en los establecimientos de los señores Santer, Lemonier y Compañía de París. La luz alcanza las 22 millas y está colocado sobre una torre octogonal de mampostería de 38 metros de altura. Dicha torre está sentada sobre una punta bastante rasa; esta punta como la más saliente y meridional de todas, es la que lleva el nombre de Cabo Santa María. Al pie de la torre seis elegantes y espaciosas habitaciones han sido construidas: una de ellas está especialmente destinada a los náufragos y provista de camas inclinadas, botiquines (sic) y otros enseres propios para suministrar los primeros auxilios a los desgraciados a quienes el faro habrá avisado sin duda, pero no preservado del capricho del mar." (Fragmento de una carta del empresario señor Dax, 1871)
Como se acaba de leer, consideraban como algo normal y permanente el ingreso de náufragos a la costa.
Las obras comenzaron a principios de 1872. Reclutaron albañiles, carpinteros, herreros, cocineros y peones, todos franceses e italianos. Los empleados contratados debían trabajar doce horas diarias, por un salario de un peso veinte por día más la comida. Los cristales potenciadores, los mecheros, el sistema que permitiría girar los haces de luz y los demás implementos técnicos, llegarían al país una vez levantada la torre. La fuente de energía de los mecheros, era el queroseno, moderno combustible que sustituía a la grasa o el aceite de potro.
El 17 de mayo la torre tenía ya 30 metros de altura. Esa noche, el primer faro, se derrumba antes de haber nacido, generándose la tragedia del faro viejo.
Se comienza la construcción de la segunda torre, esta vez bajo la dirección del Ing. Cerrutti. El proyecto es el mismo que el original. Se inaugura el nuevo faro, luego de la caída de la primer torre, el 1° de setiembre de 1874, siendo esta la fecha oficial de la creación del Balneario La Paloma.
Alrededor suyo, nace el balneario. Don Ciro Pini, inmigrante italiano, no solo contribuye con la construcción del faro, sino también con parte del proyecto, en dibujos de estructuras y cortes de la torre. Al finalizar la construcción de la torre, pide para quedarse, constituyéndose en el primer farero, y junto con su familia, los primeros habitantes del balneario.
El 29 de junio de 1896 finalizada la concesión a la empresa privada, pasa a manos del estado. A partir del 29 de abril de 1933 se crea el "Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada Nacional" según decreto ley n° 9.010, y el faro (al igual que los del resto del país) queda a cargo del mismo. El 30 de marzo de 1976 es declarado "Monumento Histórico Nacional".
Testimonio
"Al día siguiente por la mañana, partimos. El Cabo de Santa María dista de Rocha unas siete leguas. El camino no puede ser peor a causa de los pantanos y bañados.
A eso de las doce del día, inmensas sábanas de arena y un murmullo sordo y prolongado nos anunciaron la proximidad de la costa. Pocos momentos después descubrimos la torre del faro que como un solitario monolito surgía de entre los arenosos médanos.
¡Cómo cambia la Naturaleza! Con qué variados matices se presenta al hombre la gran arquitectura del Universo. Hacía un momento contemplábamos terrenos llenos de vida y animación. Los bosques, el verdor de los campos, las cascadas y los arroyos deleitaban nuestro ánimo.
De repente, sentimos una tristeza infinita, estábamos en medio de médanos estériles con sus perspectivas desoladas donde no se veía un árbol, donde las uniformes ondulaciones del terreno sólo dejaban percibir el acompasado murmullo de las olas del mar. Llegamos al pie de la farola. La misma tristeza. Parecía que en este sitio reinaba el silencio de las tumbas. Llamamos repetidas veces y sólo nos respondía el ladrido quejumbroso de un enorme mastín, único guardián colocado a la entrada del faro. Creyendo que los empleados estarían descansando de su penoso trabajo, nos dirigimos a una pequeña altura y después de desensillar nuestros caballos, dejamos vagar la vista por el solitario aspecto de los alrededores. Teníamos a nuestro frente al océano con toda la majestad de su grandeza. Sus verdes olas acariciando tranquilamente las dos pequeñas islas de La Paloma, venían a estrellarse contra las rocas de las orillas. A nuestra derecha veíamos al Plata precipitar la riqueza de sus aguas en el seno del Atlántico. El río en este sitio ha perdido ya sus perfumadas brisas, ha acallado el bullicioso murmullo de sus inquietantes olas y de sus preciosas márgenes tan sólo queda un grato recuerdo que se aviva al contemplar estas desoladas orillas.
Ya nos disponíamos a volver a Rocha sin tener la satisfacción de subir a la farola cuando percibimos un hombre que con una caña de pescar se dirigía hacia nosotros: era el farolero. (...) Había en su fisonomía cierta expresión melancólica que fácilmente dejaba adivinar el secreto de muchos pesares. Sin afectación nos convidó con un pequeño almuerzo que aceptamos antes de visitar el faro. Durante el almuerzo nos contó su vida. Era italiano, su vida fue de marino y como todos ellos, desgraciada. En un naufragio perdió su fortuna y el pan de su familia que del otro lado del Atlántico espera su regreso. Las olas del Plata embravecidas lo arrojaron en una barquilla a la costa donde un compatriota suyo empleado entonces en la farola lo amparó. Hace tres años que allí permanece. Lo acompañan en su reclusión tres compañeros que en ese momento estaban a dos leguas distantes deshaciendo los restos de un buque para procurarse leña.
Después del almuerzo y de la historia, nuestro hombre nos condujo al faro. Éste tiene la misma forma que el de Punta del Este, pero sus dimensiones son mayores. Subimos unos cuarenta y cinco metros por una escalera formada de espiral en el centro de la torre. La gran urna que contiene las luces es de cristal como la del Este, pero más cómoda y espaciosa. El sistema es giratorio con relámpagos de luz de minuto en minuto. Allí en ese deslumbrante fanal tiene su asiento el infeliz que pasa la mayor parte de la noche cuidando las luces. Sobre la mesa entre varios útiles y papeles había un libro: "La Divina Comedia". Entonces comprendimos por cuántas tempestades por cuántos dolorosos sufrimientos pasará el alma de este proscrito leyendo en medio de la noche y a la fantástica y vivísima luz de la farola, las brillantes y apocalípticas ideas del desterrado florentino.
Concluía nuestra visita agradecimos al italiano su deferencia y volvimos a tomar el camino a Rocha.
Si con tristeza entramos a las cercanías del Cabo, al abandonarlo apurábamos nuestra marcha para librarnos cuanto antes de las abrumadoras sensaciones que su visita nos ofrecía."
(Artículo sin firma aparecido en el diario "El Siglo" el 4 de agosto de 1878)
El faro de La Paloma es un viejo sereno y solitario que ni siquiera gruñe cuando en verano cientos de turistas trepan por sus escaleras interminables y desde la cima observan un espectáculo que viene maravillando desde el siglo pasado. No lo han conmovido solazos ni temporales. No lo han arredrado las crecientes que a veces han llegado a lamerle los pies. Ha albergado a fareros insomnes de rostros grises como de bandoneonistas, a fareros angustiados por el silencio y a fareros que cada tanto descabezaban algún sueñecito. En la mejor edad, sobreviviente de varias generaciones, muchas más lo seguirán viendo en su puesto de vigilancia, viviendo siempre de pie. ¿Acaso alguien ha visto morir a un faro?
La catástrofe
A los pocos meses de comenzada la construcción, el faro ya había llegado a los treinta metros de altura, pero nunca alcanzaría a nacer. La noche del 17 de mayo un temporal muy fuerte como los que son habituales en la zona, comenzó a soplar con especial violencia. Desconfiado, uno de los albañiles franceses de apellido Louis, subió la escalera y comprobó algunas grietas en la pared recién levantada.
Con alarma, participó a su compañero el italiano Pedrucci su descubrimiento, pero ni éste ni el jefe de ambos dieron importancia al hecho. Louis no dio más explicaciones. Renunció al trabajo, tomó su bártulos y se marchó bajo la lluvia hasta la estancia más cercana, la de don Pancho Techera, cuya casa situada en una loma a una legua del lugar, estaba ubicada igual que hoy, en la entrada del camino actual a la laguna de Rocha, exactamente frente a la bifurcación que va a el balneario La Pedrera.
Se cuenta que a la mañana siguiente, cuando fijó su vista hacia la torre en construcción, habitualmente visible más allá de las dunas, se dio cuenta que ésta había desaparecido. Abortado, el proyecto lumínico se había transformado en tumba colectiva.
Los primeros que llegaron procurando un casi imposible auxilio, sólo vieron con impotencia escombros y personas terriblemente lastimadas. Organizados los precarios socorros se procuraron enviar carretas para trasladar a los heridos de la catástrofe hasta la villa de Rocha, distante a veintiocho kilómetros, los que en aquellos años representaban un día entero de camino. Entre la mampostería y los hierros, habían quedado atrapados diecisiete obreros.
El agua salada del océano, empleada por ignorancia en la construcción, había impedido que el material fraguara debidamente. Otras causas menos probables, tales como la incidencia de fenómenos atmosféricos, manejadas con apresuramiento en las primeras horas, fueron descartadas por los técnicos. Si difícil fue rescatar a los muertos, más compleja fue su identificación, pues de muchos de ellos se conocía únicamente el apellido. Fueron todos sepultados en una fosa común, a la que se rodeó de un cerco de piedras, lugar conocido todavía en nuestros días como "El Cementerio del Faro Viejo".
La torre, quedó desparramada parte en la arena y parte en las aguas, lo que nos hace suponer que fue un terrible pampero, típico de estas costas, el que corrió esa noche.
Rocha, 2 de junio de 1872.
Mi querido Meiffre: Tengo que pedir a usted un servicio. Es posible que haya Ud. sabido la terrible desgracia que ha sucedido en el Cabo Santa María, el 17 de mayo a las nueve y media de la noche. He aquí lo que acaba de acontecer: la torre del faro que tenía cerca de treinta metros de elevación se vino abajo escapando yo por milagro de este horroroso desastre. Renuncio por hoy a hacer a Ud. un detalle de todo pues pienso hacerlo de viva voz dentro de pocos días.
Mi cabeza está aún ofuscada por lo que ha sucedido y escribo a Ud. esta carta por conducto expreso que me promete estar en ésa el martes a la noche o el miércoles de mañana. Le pido encarecidamente vaya a casa de Mr. Geay y le haga saber la lista de muertos y heridos.
Muertos. Lamouche, albañil, Bianchi, albañil, Michel, albañil, Dotti, albañil, Ángeli, albañil, Pedrucci, albañil, Josyh, peón, Poler, peón, Cocher, hijo de un jardinero, Moli, peón, Ferrari, peón, tres napolitanos (no identificados), Francois, carpintero, Gumuch (de oficio desconocido) y Roger, peón.
En mi opinión ha sido por efecto de un trueno o quizás por el mismo rayo que se ha producido el derrumbe. No me quedan restos ni siquiera de mi propia casa, excepto el primer piso de mi cuarto de donde tuve tiempo para arrojarme. He dejado en el faro cuatro hombres de los menos dañados, los cuales con ayuda de la policía están al cuidado de las ruinas de entre las cuales es imposible quitar a los muertos.
Le diré que soy el único completamente sano y salvo. Los enfermos están en el hotel y reciben los cuidados de su estado. Por favor si sale en estos días un barco para Europa, ponga usted unas líneas avisando que estoy sano.
LUIS CAMBON (Carta del encargado de las obras a su jefe, 1872).
El accidente, sin dudas, fue uno de los peores experimentados en nuestro país.